Las y los jóvenes tienen el derecho a ser parte de la construcción del mundo con el que sueñan, lo que trae consigo involucrarlos, informarlos, asegurar que conocen las implicaciones y permitir su aporte en la toma de decisiones de aquello que les afecte. Estos derechos se encuentran consagrados en la Convención de los Derechos del niño(1) y en el interés superior de sus derechos de acuerdo a nuestra Constitución Política(2). El compromiso inicia desde la primera infancia, y es un ejercicio que comienza con las cuestiones más sencillas, por ejemplo, cómo desean vestirse o qué juguete prefieren.
Ayudarles a desarrollar su autonomía y pensamiento crítico es clave para que sientan que pueden generar cambios en su entorno, por ejemplo, estableciendo normas conjuntamente o planteando soluciones por su cuenta. En lugar de tener que decirle a sus hijos cuál es el problema y cómo solucionarlo, permítales buscar sus propias alternativas.
Por lo anterior, Estado, familia y comunidad debemos trabajar conjuntamente de tal forma que la participación de los jóvenes sea genuina y significativa. Es decir, que sus intervenciones contribuyan a la transformación de su realidad. Una participación con estas características aportará, por un lado, a la creación de programas pertinentes que respondan mejor a sus necesidades e intereses y, por otro lado, a mejorar sus habilidades y capacidades para un involucramiento ciudadano activo.
Ahora bien, existe el riesgo de entender esta participación simplemente como escucharlos o contar con representación juvenil en algunos espacios, lo que puede llevar a su instrumentalización o limitarlos a un rol consultivo. Esto significa que no gocen de una intervención genuina que atienda a sus necesidades. La pregunta que surge, entonces, es: ¿qué debemos hacer para que su participación sea realmente genuina y significativa?
Escrito por: Omar Suárez Suárez
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